sábado, 10 de mayo de 2014

Esquina de Canónigos



El Obispado de Caracas en 1698, decidió que los cementerios se establecieran junto a las iglesias parroquiales. De este modo, con los templos surgieron las primeras necrópolis; siendo el más antiguo “San Mauricio”, y los más transcendentales “San Pablo y Catedral”. Los conventos destinaban un camposanto para los integrantes de sus órdenes religiosas y a personajes cuyos deudos pagaban la bóveda.
El primer cementerio público de la ciudad fue el que existió en el extremo oeste de la hoy avenida San Martín, allí fueron sepultados las victimas del terremoto de 1812. En su obra “Caracas Física y Espiritual”, el poeta Aquiles Nazoa refiere, “…al pequeñísimo cementerio que fundaron a principios del siglo XIX, los hermanos de la Cofradía de San Pedro, y que fue el último  sobreviviente de una larga familia de cementerios desaparecidos, debe su nombre de los Canónigos esa céntrica esquina de Caracas”.
Los canónigos son miembros del Cabildo Catedral que velan por los “sagrados cánones” y demás disposiciones eclesiásticas. Se dividen en doctorales, lectorales, magistrales,  confesores y reglares, todos a la orden de la junta, según regla de San Agustín.
El historiador Arístides Rojas señala que la “Cofradía de San Pedro”, estaba  conformada por los canónigos de la Catedral, sumándose cuarenta hermandades religiosas que tenía Caracas para la época de la Independencia, con el propósito de rendir culto  al apóstol y  la construcción de ermitas. De hecho, la primera capilla de San Pedro, que se erigió se encuentra en uno de los laterales del altar de la Catedral.
El cementerio de los Canónigos ocupó el lugar donde la tradición sostiene que, en 1637,  se plantaron las primeras rosas traídas a Caracas. Estuvo en uso hasta 1858, y en él fue enterrada, en 1842, doña María del Socorro Berrotarán, esposa del cuarto y último Marqués del Toro. Este camposanto habría sido demolido en 1951.
El sempiterno cronista de Caracas Enrique Bernardo Núñez  narra que a mediados del siglo XIX, el cólera invadió la costa de Venezuela y causó muchos decesos. El número de muertes en Caracas pasó de dos mil. Los exangües eran enterrados  en zanja, detrás del Cementerio del Norte, o de San Simón. El mal estado de los sacramentales  caraqueños hizo concebir el proyecto de construir uno más decoroso.
En el Diario de Avisos, don Mariano de Briceño refirió el historial de los “Hijos de Dios”, afirmando la premura con que se recolecto el dinero necesario y se allanaron dificultades para lograr tal cometido; se dice que fue obra del “espíritu de asociación”. Inicialmente se pensó en los solares del hospital militar en las adyacencias del conocido cuartel “San Carlos”, pero los estudios de ingeniería evidenciaron que sus vertientes se dirigían a la quebrada del Catuche, la cual surtía de agua a la ciudad, y no era conveniente arriesgar la salud de los moradores.  Se eligió entonces la “vistosísima planicie que orilla la gran quebrada a las faldas del Ávila, y desde donde se goza de una admirable perspectiva del valle de Caracas”. Los planos trazados por Olegario Meneses, y las obras estuvieron a cargo del Sr. Mariano Muro.  
La primera piedra fue colocada el 2 de noviembre de 1855  -día de los Difuntos- y junto a ella, un envase de cristal con documentos relativos a la obra.  Al año siguiente se dibuja el nuevo cementerio “Hijo de Dios” en los planos de la ciudad. Se le clausura en 1876, y es demolido por completo en 1951 para edificar la urbanización “Diego de Losada”. En las lapidas que cubrían sus nichos podían leerse los nombres de José Ribas Palacios, hijo de José Félix Ribas y de su esposa María Josefa Palacios, igualmente  Ramón Díaz, colaborador del historiador Rafael María Baralt, autor de la célebre obra “Resumen de la Historia de Venezuela”.

Cementerio de los hijos de Dios 


Los cementerios, cuyas blancas tapias y altos cipreses adornaron por mucho tiempo el ámbito de la ciudad de una poesía triste y serena, fueron abandonados o demolidos al inaugurarse, por Guzmán Blanco en 1876, el Cementerio General del Sur. Prohibiéndose la inhumación en antiguos sacramentales de la ciudad, incluyendo dentro de las iglesias y capillas. Esta prohibición no fue acatada sino hasta 1879 cuando Guzmán Blanco regresó al poder.