Ayer se ha confirmado con una
espléndida victoria el nacimiento político de la República de Colombia.
Reunidas las divisiones del Ejército
Libertador Presidente en los campos de Tinaquillo el 23, marchamos ayer por la
mañana sobre el Cuartel General enemigo situado en Carabobo, en el orden
siguiente: La primera división, compuesta del bravo batallón Británico,
del Bravos de Apure y 1.500 caballos a las órdenes del señor general
Páez. La segunda, compuesta de la segunda brigada de La Guardia con los
batallones Tiradores, Boyacá y Vargas, y el Escuadrón
Sagrado que manda el impertérrito coronel Aramendi a las órdenes del señor
general Cedeño. La tercera, compuesta de la primera brigada de La Guardia
con los batallones Rifles, Granaderos, Vencedor de Boyacá,
Anzoátegui y el regimiento de caballería del intrépido coronel Rondón, a
las órdenes del señor coronel Plaza.
Nuestra marcha por los montes y
desfiladeros que nos separaban del campo enemigo fue rápida y ordenada. A las
11 de la mañana desfilamos por nuestra izquierda al frente del ejército enemigo
bajo sus fuegos; atravesamos un riachuelo, que sólo daba frente para un hombre,
a presencia de un ejército que bien colocado en una altura inaccesible y plana,
nos dominaba y nos cruzaba con todos sus fuegos.
El bizarro general Páez a la cabeza
de los dos batallones de su división y del regimiento de caballería del
valiente coronel Muñoz, marchó con tal intrepidez sobre la derecha del enemigo
que en media hora todo él fue envuelto y cortado. Nada hará jamás bastante
honor al valor de estas tropas. El batallón Británico mandado por el
benemérito coronel Ferriar pudo aún distinguirse entre tantos valientes y tuvo
una gran pérdida de oficiales.
La conducta del general Páez en la
última y en la más gloriosa victoria de Colombia lo ha hecho acreedor al último
rango en la milicia, y yo, en nombre del Congreso, le he ofrecido en el campo
de batalla el empleo de General en Jefe de ejército.
De la segunda división no entró en
acción más que una parte del batallón de Tiradores de La Guardia
que manda el benemérito comandante Heras. Pero su general, desesperado de no
poder entrar en la batalla con toda su división por los obstáculos del terreno,
dio solo contra una masa de infantería y murió en medio de ella del modo
heroico que merecía terminar la noble carrera del bravo de los bravos de
Colombia. La República ha perdido en el general Cedeño un grande apoyo en paz o
en guerra; ninguno más valiente que él, ninguno más obediente al Gobierno. Yo
recomiendo las cenizas de este General al Congreso Soberano para que se le
tributen los honores de un triunfo solemne. Igual dolor sufre la República con
la muerte del intrepidísimo coronel
Plaza que, lleno de un entusiasmo sin ejemplo, se precipitó sobre un batallón
enemigo a rendirlo.
El coronel Plaza es acreedor a las
lágrimas de Colombia y a que el Congreso le conceda los honores de un heroísmo
eminente.
Disperso el ejército enemigo, el ardor
de nuestros jefes y oficiales en perseguirlo fue tal que tuvimos una gran
pérdida en esta alta clase del ejército. El boletín dará el nombre de estos
ilustres.
El ejército español pasaba de seis
mil hombres, compuesto de todo lo mejor de las expediciones pacificadoras. Este
ejército ha dejado de serlo. Cuatrocientos hombres habrán entrado hoy a Puerto
Cabello.
El Ejército Libertador tenía igual
fuerza que el enemigo, pero no más que una quinta parte de él ha decidido la
batalla. Nuestra pérdida no es sino dolorosa: apenas 200 muertos y heridos.
El coronel Rangel, que hizo como
siempre prodigios, ha marchado hoy a establecer la línea contra Puerto Cabello.
Acepte el Congreso Soberano en nombre
de los bravos que tengo la honra de mandar, el homenaje de un ejército rendido,
el más grande y más hermoso que ha hecho armas en Colombia en un campo de
batalla.
Tengo el honor de ser con la más alta
consideración...,
Valencia,
25 de junio de 1821.
Simón
Bolívar
(*) MEMORIAS DEL GENERAL O´LEARY. Ob. Cit. Tomo 18. pp. 337-339
Batalla de Carabobo por Martín Tovar y Tovar.