Los cronistas
relatan que cuando Domingo Monteverde ocupó Caracas hacia 1812, después de
lograr la capitulación del Generalísimo
Francisco de Miranda, acuerdo que consistió en la entrega de las armas
por parte de los patriotas; a cambio, los realistas respetarían personas y bienes. Pacto que no cumplieron
los ibéricos, sembrando el terror entre los habitantes de la ciudad. Desde esos
tiempos vivió en la apartada barriada de
“La Candelaria”, un pulpero canario llamado Miguel Rodríguez, muy popular por
el cariño que profesaba a los niños.
Estaba casado con
Paca, quien deseaba figurar en sociedad. “Debes acercarte a Monteverde, para
que te dé un puesto, Miguel. No vas a pasar la vida entera despachando manteca
y papelón detrás de un mostrador” –expresaba su mujer. Los mantuanos no lo admitían
por ser de dudosa procedencia, carente de
hidalguía, prosapia y distinción. Con todo esos vilipendios, el oriundo de las
islas canarias, continuaba imperturbable despachando en su bodega
y obsequiando “Ñapas de Papelón” a los infantes del vecindario.
La
popularidad de “Miguelacho”, como afectivamente le bautizaron crecía día a día. Sus cualidades de buena
gente le fueron acercándose más a sus vecinos. Hasta el punto que al atardecer su
negocio era sitio de encuentro donde se comentaban los últimos rumores de la localidad.
Carmen
Clemente Travieso, en su obra “Las esquinas de Caracas”, nos relata que entre los
contertulios se encontraba un dominico del monasterio de “San Jacinto”, a quien
Miguelacho, le comentó que por las noches sentía ruidos que no le dejaban
dormir, atribuyéndoselo a un espíritu que vagaba en su morada porque allí había
un “Entierro”, es decir, una vasija de barro que sepultaban en las residencias,
llenas de monedas u otros objetos de valor; para resguardarla de bandidos; la
persona que lo desenterrara cumpliría con la promesa de hacerle misas al alma
en pena y libraría la suya de pecados.
El
confesor, percibiendo la manía de Miguel, planeo un escenario que lo sacaría de
esa situación ofreciéndole las ceremonias gratis al espectro y devolviéndole la
paz a la familia Rodríguez.
Los
patriotas recuperaron la ciudad, en 1813, con la entrada triunfal del
Libertador Simón Bolívar, después de haber culminado la “Campaña Admirable”.
Miguel
fue incluido en la lista negra de
los isleños realistas, debido a los comentarios de su esposa pero cuando lo
fueron a sacar de su casa para ejecutarlo, los chiquillos del lugar se
arremolinaron, gritando a todo pulmón: ¡Queremos a Miguelacho, queremos a
Miguelacho! Salvándole la vida milagrosamente, su bondad por los infantes aumentó,
cuando iban a la bodega hacerle el “mandado” a sus progenitores, le pedían: ¡Mi
ñapa, ño Miguelacho! Y desde entonces la esquina, es conocida con el seudónimo
del pulpero canario hasta nuestros días…