“Hierba fue su nombre en principio, ilustre narrador el paraíso creyó hallar en ella, poeta de renombre la llamó odalisca y cantó sus techos rojos, su blanca torre, sus azules lomas”, así se expresa la escritora y cronista venezolana, Irma de Sola Ricardo en su valiosa contribución al estudio de los planos urbanísticos caraqueños.
A la metrópoli de la libertad americana, la conversa popular la aclama como la “sucursal del cielo”; todos la idolatramos, variada y sempiterna en sus estampas. Solo su nombre ha motivado a la historia: ¡Caracas!
En esta ocasión como parte de nuestro propósito periodístico en conocer las esquinas capitalinas. Se abordara el nombre de la ciudad, cuyo apelativo se impuso por sobre el hegemonismo español, que denominaban “Indios Caracas” a los autóctonos pobladores de la región central de la Provincia de Venezuela, desde las riveras del Unare hasta las inmediaciones guajiras del occidente del país.
El investigador Nectario María, hijo de la Congregación de San Juan Bautista de La Salle, en su Historia de la conquista y fundación de Caracas, expone: “Los primeros europeos que se detuvieron en las costas de aquella región, oyeron de boca de los aborígenes la palabra caracas, con la cual designaban a una planta herbácea de largas hojas, parecida al bledo, que abundaban en la costa del litoral desde La Guaira hasta la región hoy denominada “Los Caracas”. Esto fue suficiente para que dieran este nombre a todos los oriundos de aquellas tierras y provincias…”
Las comunidades étnicas estaban integradas por los toromaimas poblaron el valle donde se asienta la ciudad, los mariches, parte de Petare, la fila de este nombre y la región del sureste hasta el río Tuy; los tarmas, paracotos, chagaragotos, chavavaros, tomusas, quiriquires, incluyendo los aguerridos teques.
Francisco Herrera Luque, considerado como uno de los más notables representantes de la literatura histórica venezolana, afirma que existe una vieja leyenda caraqueña que señala al gobernante Sancho de Alquiza, llamado también Sanchórquiz, hoy en día, nombrado por el conglomerado capitalino como el antiguo camino de los españoles, que se localiza en el cerro “El Ávila”, construido con el esfuerzo y martirio de nuestras comunidades aborígenes.
De acuerdo a la leyenda que refiere Herrera Luque, la tradicional “Hallaca”, nuestro plato navideño, tiene su orígenes en la hambruna de nuestros nativos que se resistían al trabajo forzoso y preferían morir antes que realizar faenas esclavizaste. Alquiza fue gobernador de Venezuela entre 1606 a 1611, en su mandato se abrió camino por la montaña hacia la Guaira, dicho movimiento de tierra fue revestido por las desgarradas manos de nuestros nativos que fueron sucumbiendo… se alimentaban del poco maíz que podían cosechar, lo molían sobre piedras transformándola en una masa.
Las aceitunas, pasas, carnes, y hasta el toque de vino, tienen que ver con los despojos que los blancos recogían de sus banquetes dándoselo a nuestros aborígenes, es así como este plato ancestral, tiene su aporte del negro al revestirla con hojas de plátano, e hirviéndolos, naciendo un cortejo de sabores y de cultura, un receta caraqueña que se extendió a toda Venezuela, con diferentes sazones dependiendo la ubicación geográfica.
En estas fechas decembrinas, cuando degustemos en familia de nuestro plato navideño, rendiremos tributo a la comunidad aborigen que habitaban este valle de heroísmo y mitos, a ellos, que adoraban la naturaleza, la libertad, no conocieron el dinero, la maldad, y en tiempos difíciles pregonaban la solidaridad y la cooperación. Los Caracas, perpetuaron su nombre por encima de las circunstancias y el tiempo.
No en vano, el máximo representante de Venezuela ante la posteridad el Libertador Presidente, Simón Bolívar, en epístola al Gral. Páez, fechada en 1825, al rememorar su tierra natal exclamó con sino de grandeza y libertad: “… mi derecha estará en las bocas del Orinoco y mi izquierda llegará hasta las márgenes del río de la Plata. Mil leguas ocuparán mis brazos, pero mi corazón se hallará siempre en Caracas…”.