El
recogimiento espiritual y corporal era la más sincera expresión de la familia
en Venezuela en los tiempos de la colonia, todas las actividades laborales se
paralizaban en Semana Santa con el fin de guardar la liturgia. Para
esos días no se podía comer carne, ni sopas, solamente pescado, sardina y
chiquire. También se acostumbraba elaborar hallaquitas de maíz pelado.
Desde el
domingo de Ramos con el reparto de la Palma Bendita, empezaba la Semana Mayor,
marido y mujer no peleaban, ni a los hijos se les castigaba por
temor y respeto al Santísimo. Los hombres se perdonaban cualquier ofensa o
simplemente se abstenían de irse a las manos en esos momentos plenos de
devoción. Por las noches, las familias se reunían en las plazas para
asistir a la misa y acompañar la procesión del Santo de Turno.
Las cuales se efectuaban en el siguiente orden:
Nazareno. Cortesia: Notilogia.com |
Las cuales se efectuaban en el siguiente orden:
Lunes, Jesús
en el Huerto; martes, Jesús en la columna; miércoles, Jesús Nazareno;
jueves, Jesús crucificado; viernes, El santo sepulcro. Ya para el sábado
se celebraba el día de la Resurrección, donde se cantaban Glorias y Aleluyas.
Las
Procesiones eran muy concurridas, pues todo el pueblo se congregaba detrás del
santo con la debida compostura. Las mantuanas llevaban vistosas y finas
mantillas sevillanas y los hombres llevaban el sombrero en la mano, demostrando
respetó y devoción que los caracterizaban. Los santos los cargaban sobre sus
hombros la gente del pueblo que de manera fervorosa lo hacía para cumplir
promesas, por lo regular con movimiento de derecha a izquierda a medida que
avanzaban dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás, dando la sensación de un
compás melodioso que inspiraba lo más sublime del alma.
Al llegar el
santo a la iglesia lo ubicaban en los sitios acostumbrados y el cura se subía
al púlpito para ofrecer a los feligreses el gran Sermón, en donde exaltaban las
virtudes de Jesús y de la Virgen María, aprovechando el momento para arengar
paternalmente a la feligresía, haciéndoles ver cualquier desvío en que
estuviesen incurriendo en las costumbres y tradiciones, o bien para imponerlos
alguna necesidad de la iglesia. Luego se retiraban a sus hogares a disfrutar de
una cena con pescado, arroz, dulce de coco o de lechoza, donde no podía faltar
las amenas charlas que versaban sobre la familia, los valores basados en el
respeto al prójimo.
Finalmente,
el domingo y como un acto de justicia, los lugareños siguiendo la tradición
rellenaba de trapos y pólvora, un muñeco que personifica a Judas Iscariote,
seleccionando un lugar en el pueblo donde previamente colgado a un
botalón, el Judas escuchaba en público, la sentencia que los pobladores
sometía a tan vil traidor por hacer vendido por miserables monedas al inocente
Jesús, sin embargo la ironía humorística, consistía en un testamento donde el
traidor dejaba a cada cual sobre todo de la vecindad algo burlesco o chistoso,
los presentes se reían de los chistes, luego se sentencia a muerte en
la pira, es decir, incendiado al eterno traidor. Dejando una enseñanza de
vida a los presentes de no traicionar al amigo, al hermano.
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