domingo, 23 de junio de 2013

PARTE DEL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR SOBRE LA BATALLA DE CARABOBO




          Ayer se ha confirmado con una espléndida victoria el nacimiento político de la República de Colombia.
          Reunidas las divisiones del Ejército Libertador Presidente en los campos de Tinaquillo el 23, marchamos ayer por la mañana sobre el Cuartel General enemigo situado en Carabobo, en el orden siguiente: La primera división, compuesta del bravo batallón Británico, del Bravos de Apure y 1.500 caballos a las órdenes del señor general Páez. La segunda, compuesta de la segunda brigada de La Guardia con los batallones Tiradores, Boyacá y Vargas, y el Escuadrón Sagrado que manda el impertérrito coronel Aramendi a las órdenes del señor general Cedeño. La tercera, compuesta de la primera brigada de La Guardia con los batallones Rifles, Granaderos, Vencedor de Boyacá, Anzoátegui y el regimiento de caballería del intrépido coronel Rondón, a las órdenes del señor coronel Plaza.
          Nuestra marcha por los montes y desfiladeros que nos separaban del campo enemigo fue rápida y ordenada. A las 11 de la mañana desfilamos por nuestra izquierda al frente del ejército enemigo bajo sus fuegos; atravesamos un riachuelo, que sólo daba frente para un hombre, a presencia de un ejército que bien colocado en una altura inaccesible y plana, nos dominaba y nos cruzaba con todos sus fuegos.
          El bizarro general Páez a la cabeza de los dos batallones de su división y del regimiento de caballería del valiente coronel Muñoz, marchó con tal intrepidez sobre la derecha del enemigo que en media hora todo él fue envuelto y cortado. Nada hará jamás bastante honor al valor de estas tropas. El batallón Británico mandado por el benemérito coronel Ferriar pudo aún distinguirse entre tantos valientes y tuvo una gran pérdida de oficiales.
          La conducta del general Páez en la última y en la más gloriosa victoria de Colombia lo ha hecho acreedor al último rango en la milicia, y yo, en nombre del Congreso, le he ofrecido en el campo de batalla el empleo de General en Jefe de ejército.        
          De la segunda división no entró en acción más que una parte del batallón de Tiradores de La Guardia que manda el benemérito comandante Heras. Pero su general, desesperado de no poder entrar en la batalla con toda su división por los obstáculos del terreno, dio solo contra una masa de infantería y murió en medio de ella del modo heroico que merecía terminar la noble carrera del bravo de los bravos de Colombia. La República ha perdido en el general Cedeño un grande apoyo en paz o en guerra; ninguno más valiente que él, ninguno más obediente al Gobierno. Yo recomiendo las cenizas de este General al Congreso Soberano para que se le tributen los honores de un triunfo solemne. Igual dolor sufre la República con la muerte del intrepidísimo  coronel Plaza que, lleno de un entusiasmo sin ejemplo, se precipitó sobre un batallón enemigo a rendirlo.
          El coronel Plaza es acreedor a las lágrimas de Colombia y a que el Congreso le conceda los honores de un heroísmo eminente.
         Disperso el ejército enemigo, el ardor de nuestros jefes y oficiales en perseguirlo fue tal que tuvimos una gran pérdida en esta alta clase del ejército. El boletín dará el nombre de estos ilustres.
          El ejército español pasaba de seis mil hombres, compuesto de todo lo mejor de las expediciones pacificadoras. Este ejército ha dejado de serlo. Cuatrocientos hombres habrán entrado hoy a Puerto Cabello.
          El Ejército Libertador tenía igual fuerza que el enemigo, pero no más que una quinta parte de él ha decidido la batalla. Nuestra pérdida no es sino dolorosa: apenas 200 muertos y heridos.
          El coronel Rangel, que hizo como siempre prodigios, ha marchado hoy a establecer la línea contra Puerto Cabello.
          Acepte el Congreso Soberano en nombre de los bravos que tengo la honra de mandar, el homenaje de un ejército rendido, el más grande y más hermoso que ha hecho armas en Colombia en un campo de batalla.
          Tengo el honor de ser con la más alta consideración...,
Valencia, 25 de junio de 1821.
Simón Bolívar
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(*) MEMORIAS DEL GENERAL O´LEARYOb. Cit.  Tomo 18. pp. 337-339


                                                                Batalla de Carabobo por Martín Tovar y Tovar.

viernes, 19 de abril de 2013

Conozca las Esquinas de Caracas protagonistas del 19 de Abril de 1810


El histórico momento Revolucionario del 19 de Abril de 1810, es oportuno para destacar  las esquinas  de la ciudad que nos  recuerda la mencionada gesta independentista. Remontémonos a la época e imaginemos nuestra actual “Plaza Bolívar”, un lugar  donde abundaban  mercaderes,  llamada  “Plaza Mayor o Plaza de Armas” de la Caracas colonial. En sus alrededores  se construyeron las primeras edificaciones: Casa de Gobierno, obispalía, seminario Tridentino, convento de las Monjas Concepción, cárcel Real y la catedral.

                                                     Esquina de la Principal hacia 1866.

La esquina  “Principal”  era conocida  como  Cárcel Real, en sus terrenos existió la casona del Capitán General Sancho de Alquiza, acondicionada para encerrar a los que ellos consideraban enemigos de la monarquía española.  Estuvieron presos Don Simón de Bolívar, y de allí salió  el patriota  revolucionario José María España después de haber sido sometido a torturas  para ser ahorcado por las autoridades españolas, una trágica  mañana del año 1799. Sus ideales y documentos sirvieron de inspiración para elaborar la primera constitución republicana.



Otra esquina, “La Torre” seria protagonista de un trascendental suceso, pues de sus puertas  le fue arrebatado el bastón de mando al gobernador realista Vicente  Emparan por el patriota Francisco Salias. Era jueves santo y  el pueblo caraqueño se había reunido frente al templo  convocando a Cabildo para discutir sobre la disolución de la Junta Suprema de Sevilla (España). Salías, apoyado por el capitán Pedro Ponce le invita asistir a la sesión extraordinaria. La historia es conocida;  Empara no quiso  su  mando y entonces fue trasladado a su casa ubicada en la esquina de las “Madrices”. 

                 La catedral de Caracas con su torre que le da nombre a la esquina, siglo XIX.

Esta casona de Las Madrices llamada así  en recuerdo a las bellas hijas del capitán Domingo Rodríguez de La Madriz fue destinada a usos diversos ocupándola la orquesta Caracas. También funcionó como hotel y  teatro. De igual modo en esta mansión  se festejo el  decreto monaguista del 29 de abril de 1856, mediante el cual se ratifica a Caracas sede de la capital de la República de Venezuela.

La “Esquina de la Sociedad”,  un año después de la gloriosa  jornada de 1810. Se reunió la Junta Patriótica presidida por el más universal de todos los venezolanos Generalísimo Francisco de Miranda y su discípulo  el joven coronel de la milicia Simón Bolívar, estremecido por los aires que se percibían de ruptura  entre los revolucionarios,  aflora con elocuentes expresiones para la posteridad:

“… ¿Trescientos años de calma no bastan? La Junta Patriótica, respeta, como debe, al Congreso de la nación; pero el Congreso debe oír a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana…”
Esquina de Sociedad a Gradillas, 1860.

viernes, 29 de marzo de 2013

Costumbres, tradiciones de la Semana Santa desde los tiempos coloniales en Venezuela



El recogimiento espiritual y corporal era la más sincera expresión de la familia en Venezuela en los tiempos de la colonia, todas las actividades laborales se paralizaban  en Semana Santa con el fin de guardar la liturgia.  Para esos días no se podía comer carne, ni sopas, solamente pescado, sardina y chiquire. También se acostumbraba elaborar hallaquitas de maíz pelado. 

Desde el domingo de Ramos con el reparto de la Palma Bendita, empezaba la Semana Mayor, marido  y mujer  no peleaban, ni a los hijos se les castigaba por temor y respeto al Santísimo. Los hombres se perdonaban cualquier ofensa o simplemente se abstenían de irse a las manos en esos momentos plenos de devoción.  Por las noches, las familias se reunían en las plazas para asistir a la misa y acompañar la procesión del Santo de Turno.  Las cuales se efectuaban en el siguiente orden : 
Lunes, Jesús en el Huerto; martes, Jesús en la columna;  miércoles, Jesús Nazareno; jueves,  Jesús crucificado; viernes, El santo sepulcro. Ya para el sábado se celebraba el día de la Resurrección, donde se cantaba Glorias y Aleluyas.

Las Procesiones eran muy concurridas, pues todo el pueblo se congregaba detrás del santo con la debida compostura. Las mantuanas llevaban vistosas y finas mantillas sevillanas y los hombres llevaban el sombrero en la mano, demostrando respetó y devoción que los caracterizaban. Los santos los cargaban sobre sus hombros la gente del pueblo que de manera fervorosa lo hacía para cumplir promesas, por lo regular con movimiento de derecha a izquierda a medida que avanzaban dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás, dando la sensación de un compás melodiosos que inspiraba lo más sublime del alma.

Procesión al Nazareno.

Al llegar el santo a la iglesia lo ubicaban en los sitios acostumbrados y el cura se subía al púlpito para ofrecer a los feligreses el gran Sermón, en donde exaltaban las virtudes de Jesús y de la Virgen María, aprovechando el momento para arengar paternalmente a la feligresía, haciéndoles ver cualquier desvío en que estuviesen incurriendo en las costumbres y tradiciones, o bien para imponerlos alguna necesidad de la iglesia. Luego se retiraban a sus hogares a disfrutar de una cena con pescado, arroz, dulce de coco o de lechoza, donde no podía faltar las amenas charlas que versaban sobre la familia, los valores basados en el respeto al prójimo.

Finalmente, el domingo y como un acto de justicia, los lugareños siguiendo la tradición rellenaba de trapos y pólvora, un muñeco que personifica a Judas Iscariote,  seleccionando un lugar en el pueblo donde previamente colgado a un botalón,  el Judas escuchaba en público, la sentencia que los pobladores sometía a tan vil traidor por hacer vendido por miserables monedas al inocente Jesús, sin embargo la ironía humorística, consistía en un testamento donde el traidor dejaba a cada cual sobre todo de la vecindad algo burlesco o chistoso, los presentes se reían de los chistes, luego se sentencia  a muerte en  la pira, es decir, incendiado al eterno traidor. Dejando una enseñanza de vida a los presentes de no traicionar al amigo, al hermano.


La tradicional quema de Judas en varios lugares de Venezuela .
Cortesía: Correo del Orinoco



domingo, 17 de febrero de 2013

Esquina LLaguno




Antes de que don Felipe Llaguno construyera allí su casa hacia 1785, la esquina se llamó de “Gaspar de Silva”, por haber vivido allí este caballero, hijo del célebre Capitán Don Garci Gonzalez de Silva, desde los primeros años de fundada la ciudad.
Apunta don Carlos Manuel Möller en una de sus páginas coloniales:
La esquina de Llaguno debe su nombre a un personaje importante de su época, allá por la lejana mitad del siglo XVIII: Don Felipe de Llaguno y Larrea, natural de Trucios, encartaciones  de Vizcaya, quién eligió el sitio para fijar allí su residencia.
Probablemente, vino don Llaguno en la legión de vascongados que la famosa compañía Guipuzcoana trajo a Venezuela cuando se estableció en la Provincia, dedicandose a las labores agricolas.
Al elegir el sitio de su morada, con instinto de comerciante, no pago  lo que en otros lugares del montaje caraqueño le ofrecían. Era un lugar relativamente centrico para lo que buscaba su tranquilidad y la de su familia.
Don Felipe era aristócrata, pero no tenía titulos de conde o marqués. La estirpe de los Llaguno desempeñarón cargos relevantes y figurarón entres las más distinguidas familias de Vizcaya.
Casado con Doña Bernarda de Garay y Orbegozo, de cuya unión nacierón en su residencia, siete hijos: dos varones y cinco hembras. Su vida transcurría dedicado a la administracion de sus bienes, a negocios de cacao y añil, macero tanta fortuna que su casa  se convirtió en una especie de banco, donde los negocios eran el día a día. Devoto y miembro de la orden de San Francisco. Obligaba a sus esclavos a rezar después de las duras jornadas agrícolas o de faena a su servicio, en la mansión, a la puerta del oratorio familiar; donde el mismo dirigía las oraciones. Como dato curioso, la casa de Llaguno tenía para aquellos tiempos “caja de agua”  es decir, gozaba del beneficio  del agua propia.
A la muerte de don Llaguno, sucedida  el 31 de octubre de 1788,  a los  47 años de edad, pasó la hermosa casona junto con otras ochenta y cuatro que poseía, amén de catorce solares, a la viuda que estaba embarazada y sus hijos, quienes vivierón allí algunos años. Por el descanso de su alma, su esposa, mandó a celebrar 658 misas de ocho reales plata, cada una. Suma que engrosó la fortuna del reverendo.

Luego la casa fue alquilada; allí vivió el primer Encargado de Negocios de los Estados Unidos, Mr. John Williamson, su deceso ocurrió en esta morada, en 1840. Se estableció la delegación de Francia en el año de 1.859, cuando el Presidente José Tadeo Monagas se asiló en ella, después de enviar su renuncia al Congreso. Posteriormente la ocupó la Legión Británica, luego una compañía petrolera y, por último, la Imprenta Nacional, hasta 1942, cuando fue convertida en Museo de Arte Colonial, inagurado el 16 de diciembre de ese año, con motivo del Centenario del traslado de los restos del Libertador a su ciudad natal, en cumplimiento de su voluntad. En su restauración colaboraron, Carlos Manuel Möller, Vicente Lecuna, Carlos Raúl Villanueva, entre otras personalidades.
A su lado se hallaba otra hermosa casona de la época, propiedad de don Juan de la Vega y Bertodano, donde funcionó el colegio de Niñas fundado por Juan Nepomuceno Chavez, en 1841. Ambas casonas fuerón demolidas en 1953, para dar pasó a la avenida Urdaneta, borrándolas histórica y geográficamente. Los objetos decorativos y muebles que se admiraban  en el Museo Colonial fueron trasladados  a la hacienda del Marqués del Toro; hoy en día conocida como el Museo de Arte Colonial; lugar que atesora buena parte de la historia caraqueña y punto de referencia para quien desea conocer como se vivía en la época colonial; una excelente alternativa para disfrutar en familia, un fin de semana diferente.
Finalmente, la esquina ha desaparecido. Hoy es un tramo de la avenida Urdaneta. Sin embargo, entre tanto asfalto y concreto, persiste en la memoria de los caraqueños el nombre del comerciante de cacao y añil.

 Sala del antiguo Museo de Arte Colonial cuando éste ocupaba la casa de don Felipe Llaguno.
 El patio de la casa de Don Juan de Vegas y Bertodano, luego colegio Chavez. Corazón y pulmón de la casa; fuente de luz y de aire.
Casa de Don Felipe LLaguno  construida a fines del siglo XVIII. Desde 1942 fue sede del Museo de Arte Colonial. Demolida en 1953 para dar paso a la avenida Urdaneta.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Esquina de Miguelacho



Los cronistas relatan que cuando Domingo Monteverde ocupó Caracas hacia 1812, después de lograr la capitulación del Generalísimo  Francisco de Miranda, acuerdo que consistió en la entrega de las armas por parte de los patriotas; a cambio, los realistas respetarían personas y bienes. Pacto que no cumplieron los ibéricos, sembrando el terror entre los habitantes de la ciudad. Desde esos tiempos vivió en  la apartada barriada de “La Candelaria”, un pulpero canario llamado Miguel Rodríguez, muy popular por el cariño que profesaba a los niños.
Estaba casado con Paca, quien deseaba figurar en sociedad. “Debes acercarte a Monteverde, para que te dé un puesto, Miguel. No vas a pasar la vida entera despachando manteca y papelón detrás de un mostrador” –expresaba su mujer. Los mantuanos no lo admitían por ser de dudosa procedencia, carente de hidalguía, prosapia y distinción. Con todo esos vilipendios, el oriundo de las islas canarias, continuaba imperturbable despachando en su bodega y obsequiando “Ñapas de Papelón” a los infantes del vecindario.
La popularidad de “Miguelacho”, como afectivamente le bautizaron  crecía día a día. Sus cualidades de buena gente le fueron acercándose más a sus vecinos. Hasta el punto que al atardecer su negocio era sitio de encuentro donde se comentaban los últimos rumores  de la localidad.
Carmen Clemente Travieso, en su obra “Las esquinas de Caracas”, nos relata que entre los contertulios se encontraba un dominico del monasterio de “San Jacinto”, a quien Miguelacho, le comentó que por las noches sentía ruidos que no le dejaban dormir, atribuyéndoselo a un espíritu que vagaba en su morada porque allí había un “Entierro”, es decir, una vasija de barro que sepultaban en las residencias, llenas de monedas u otros objetos de valor; para resguardarla de bandidos; la persona que lo desenterrara cumpliría con la promesa de hacerle misas al alma en pena y libraría la suya de pecados.
El confesor, percibiendo la manía de Miguel, planeo un escenario que lo sacaría de esa situación ofreciéndole las ceremonias gratis al espectro y devolviéndole la paz a la familia Rodríguez.
Los patriotas recuperaron la ciudad, en 1813, con la entrada triunfal del Libertador Simón Bolívar, después de haber culminado la “Campaña Admirable”.
Miguel fue incluido en la lista negra de los isleños realistas, debido a los comentarios de su esposa pero cuando lo fueron a sacar de su casa para ejecutarlo, los chiquillos del lugar se arremolinaron, gritando a todo pulmón: ¡Queremos a Miguelacho, queremos a Miguelacho! Salvándole la vida milagrosamente, su bondad por los infantes aumentó, cuando iban a la bodega hacerle el “mandado” a sus progenitores, le pedían: ¡Mi ñapa, ño Miguelacho! Y desde entonces la esquina, es conocida con el seudónimo del pulpero canario hasta nuestros días…



 Pulpería Caraqueña hacia 1900.